miércoles, 1 de febrero de 2012

"La Granada Imparcial"

Orwell fue un inglés que vivió la experiencia de la guerra española y que con una sensibilidad de escritor trasladó al mundo sus impresiones acerca de la idiosincrasia de las gentes de España, que en cierto modo, justifican muchos de los hechos, terribles y a veces pintorescos de los que fue testigo. Homenaje a Cataluña es un ejemplo ilustre de toda una tradición literaria que nos presenta a una España vista por ojos extranjeros.
Primeras impresiones.
Cuando George Orwell llegó a España con el fin de escribir artículos sobre la Guerra Civil en diciembre de 1936, se encontró con un panorama inolvidable: Barcelona parecía una ciudad totalmente anarquista en la que, aparentemente, la clase media burguesa había desaparecido. Sin embargo, esta primera impresión guardaba un secreto en su interior: para él,-un hombre de izquierdas,- muchos de los burgueses se estaban haciendo pasar por proletarios para poder sobrevivir, esperando, seguramente, su revancha y preparándose para recuperar su posición.
Pero hubo un hecho que marcó al joven escritor de 33 años: la continua llegada de europeos de distintas nacionalidades le hizo consciente de que los valores que habían movilizado a estos voluntarios habían roto fronteras. La guerra se había convertido en una lucha de ideales y el ambiente revolucionario era un modelo humano de libertad e igualdad. Este primer contacto esperanzador fue lo que impulsó al escritor a alistarse en las filas del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) para enfrentarse contra un fascismo que estaba imponiéndose en toda Europa y que trataba de establecerse también en la Península. Para Orwell no era un conflicto que concerniese únicamente a los españoles, era una lucha por los derechos de todos.   
Frente de Aragón: un nuevo concepto de guerra.
Pero no todo eran flores para George Orwell. España estaba llena de buenas intenciones pero de pésimas condiciones. El periodo de integración y preparación en el POUM fue surrealista: los milicianos sólo se entrenaban para hacer marcha. Todo parecía un constante desfile populista: calles repletas de pancartas y constantes gritos con consignas revolucionarias en defensa de la libertad…Sí, todo eso estaba muy bien, pero casi ningún miliciano sabía manejar un arma y todos estaban muy lejos de entender lo que significaba una verdadera guerra: El ejército miliciano parecía no estar preparándose para una batalla real a ojos del escritor inglés.
Cuando por fin abandonaron la ciudad y llegaron al frente de Aragón, la milicia se encontró con una visión muy diferente a la de la esperanzadora Barcelona: Allí, entre barro, lluvia y frío se  observaba la verdadera decadencia endémica del mundo rural, que parecía remontarse a una España muy empobrecida, independientemente de las circunstancias de una guerra. Esa pobreza se acusaba aún más por la falta de intercambio de productos: el comercio entre regiones se había paralizado por los constantes emplazamientos de trincheras procedentes de las dos Españas: una visión desoladora que estaba acabando con la economía agraria del país.  
Y es que Orwell se encuentra con una visión de la guerra muy diferente al concepto de guerra convencional: la falta de estrategia entre ambos bandos era palpable: Las trincheras fascistas se encontraban a 700 metros de las filas del POUM, mal posicionados para iniciar la batalla.
Muchos de sus compañeros eran niños soldado, pero niños al fin y al cabo, de poco más de 16 años que se alistaron en el partido buscando la manutención que les ofrecía el ejército popular. Los jóvenes inexpertos no hacían más que jugar con los pocos fusiles que tenía la milicia, provocando bajas dentro de sus propias filas. Lo cierto es que la guerra parecía estar paralizada y ninguno de los dos bandos hacía nada por atacar.

A esto había que añadirle dos aspectos: El clima era muy adverso y no había un buen equipamiento. Las armas eran del siglo anterior y los pocos mapas que tenían, estaban en manos fascistas. La carencia de medios y la falta de higiene hacían que la estancia en la trinchera fuera insostenible. Los milicianos apenas luchaban con dos métodos, cada cual más pintoresco: La llamada “Granada Imparcial”,-con un delicado seguro de esparadrapo-, podía explotar tanto en la trinchera enemiga como en la misma mano del miliciano: un auténtico desastre. Por otro lado, la escasez de fusiles acabó degenerando en la utilización de su mejor carta, un arma disuasoria en toda regla: los integrantes del POUM se dedicaban día y noche a lanzar consignas revolucionarias y frases desmoralizadoras a través de un estridente megáfono. Era la primera vez que Orwell se encontraba con una guerra en la que no se intentaba fulminar al enemigo, sino convencerlo y deprimirlo. Años después, estas situaciones se parodiarán en clave de humor por Gila en sus monólogos y por Arrabal en una pequeña obra llamada Picnik, que como Orwell, nos da una visión absurda, aunque trágica de la guerra. De hecho, George Kopp, amigo y compañero de fatigas del escritor durante su estancia en la península, definió el conflicto con las siguientes palabras: “Esto no es una guerra, es una ópera cómica con alguna muerte ocasional”
Una Guerra dentro de otra guerra.
Poco después, tras haber sido herido de un disparo en la garganta, Orwell regresa a Barcelona y percibe la evolución de la guerra en las calles: Los burgueses habían reaparecido, volvía a haber mendicidad y no quedaba rastro de las antiguas consignas revolucionarias que inundaban la ciudad. Había un extraño ambiente de normalidad, donde los ricos eran más ricos y los pobres eran más pobres: adiós a la igualdad de clases. Sin embargo, este perspicaz inglés percibía, bajo esa aparente naturalidad, un clima de rivalidad y odios políticos dentro de la izquierda, que desembocaría en un enfrentamiento abierto entre partidos: el PSUC (partido que tenía el poder en Cataluña) se enfrentaba contra el POUM y la CNT (anarquistas). Esta última contra la UGT y todos con una constante presión de la Guardia Civil y la Guardia de Asalto controlada por la República.
Esta situación de enfrentamiento, que Orwell percibe como una reacción absurda que resultaba disolvente para la izquierda, degeneró en la toma de la Telefónica el día 3 de Mayo, impidiendo las comunicaciones en primera instancia, lo que creó un caos total y una fragmentación de la ciudad que se convirtió en un campo de batalla a pie de calle: la izquierda antifranquista estaba más pendiente de cuál sería el partido vencedor dentro de sus propias filas que de luchar con unidad contra el fascismo, que avanzaba a pasos de gigante por la Península sin encontrar más resistencia que la de los civiles que luchaban abiertamente contra ellos integrando un ejército irregular y desorganizado: parecía una lucha perdida.

Mientras, en Barcelona comenzó a instaurarse la política del terror: asaltos, detenciones, acusaciones, registros y fusilamientos comenzaban a generalizarse en la ciudad. Los integrantes del POUM sufrían una persecución en toda regla por las otras fuerzas de izquierda. La República esperaba a que los milicianos regresasen del frente luchando por defender sus ideales para arrestrarles y encerrarles, por acusaciones infundadas, en cárceles mugrientas y hacinadas. Orwell y su mujer fueron dos víctimas más de este acoso constante. Rememoraba irónicamente el escritor, que una tranquila noche, a eso de las tres de la mañana, la Guardia Civil republicana se presentó en la habitación de hotel donde se hospedaba su mujer para hacer un registro formal. Como si de espías de la GESTAPO se tratase, los integrantes de la patrulla nocturna aporrearon la puerta y comenzaron a hacer un completo registro de la sala donde, tan solo unos minutos antes, estaba descansando Eileen Orwell, que apenas se había podido mover de la cama. Golpeaban paredes y suelo buscando zonas huecas, sacaban cajones de su sitio, confiscaban todos los papeles apilados, los libros, las revistas...pero lo que no se les ocurrió, fue revisar el colchón donde seguía sentada la mujer de Orwell, atónita, viendo semejante espectáculo. Lo cierto es que la pareja podría haber tenido todo un dispositivo militar debajo de la cama, repleto de fusiles, granadas y armas de contrabando fascista, pero la policía española no iba a hacer que una señorita como Eileen se tuviese que levantar de la cama a esas horas: pura caballerosidad española.    
La realidad de George Orwell: escritor y miliciano.
Tras meses luchando en las trincheras españolas, Orwell consiguió cruzar la frontera huyendo de la agresiva persecución que se estaba haciendo contra su partido: la izquierda le perseguía por haber defendido su propia República. No obstante, el escritor y miliciano inglés que había luchado en defensa de los derechos civiles en el frente aragonés se llevó la impresión de que entre los españoles había una clara falta de sentido práctico, sí, pero la experiencia de la guerra española, también puso de manifiesto la gran calidad humana de la gente de este país, que trató de transmitir cuando regresó a Inglaterra. No obstante, su repentina huida le provocó un gran remordimiento por no haber vivido solidariamente el final de la guerra junto con muchos de sus compañeros: Orwell sentía que abandonaba su lucha.
Años más tarde, estando ya en Inglaterra, se publicó Homenaje a Cataluña, libro en el que el autor recopiló todas sus vivencias durante la Guerra Civil española, y en el que se percibe esa otra realidad, desde un nuevo punto de vista: el de un personaje que no pertenecía a este país, pero que lo sintió suyo hasta el final de la guerra. La subjetividad, ironía y maestría del escritor se combinó con una rigurosidad histórica incomparable que hace de Homenaje a Cataluña un libro único, un homenaje personal a los sentimientos y emociones vividos en una terrible situación de guerra y desamparo.
“Para mí la guerra significaba estruendo de proyectiles y fragmentos de acero saltando por los aires; pero por encima de todo significaba lodo, piojos, hambre y frío. Es curioso, pero temía al frío mucho más que al enemigo. Este temor me había perseguido durante toda mi estancia en Barcelona; incluso había permanecido despierto durante las noches imaginando el frío de las trincheras, las guardias en las madrugadas grises, las largas horas de centinela con un fusil helado, el barro que se deslizaba dentro de mis botas. Asimismo, admito que experimentaba una suerte de horror al contemplar a los hombres junto a quienes marchaba. Resulta difícil concebir un grupo más desastroso de gente. Nos arrastrábamos por el camino con mucha menos cohesión que una manada de ovejas; antes de avanzar cuatro kilómetros, la retaguardia de la columna se había perdido de vista. La mitad de esos llamados “hombres” eran criaturas, realmente criaturas de dieciséis años como máximo. Sin embargo, todos se sentían felices y excitados ante la perspectiva de llegar por fin al frente. […] Parecía increíble que los defensores de la república fueran esa turba de chicos zarrapastrosos, armados con fusiles antiquísimos que no sabían usar. Recuerdo haberme preguntado si de pasar un aeroplano fascista por el lugar, el piloto se hubiera molestado siquiera en descender y disparar su ametralladora. Sin duda, desde el aire podría haberse dado cuenta de que estábamos lejos de ser verdaderos soldados”
                                                                       Orwell, George. Homenaje a Cataluña, págs. 28-29 (El País, Clásicos del Siglo XX)

Orwell actuaba como aquella primera “Granada Imparcial”: era capaz de criticar con un marcado humor negro la decadencia del ejército antifranquista que propició la pérdida de la guerra y el fin de la República, pero también supo extraer, como se hace con los perfumes intensos, el empeño que demostró parte de la población española por defender sus creencias de libertad, igualdad y progreso. No todo fue malo, ni tampoco todo fue bueno, pero todavía quedaba una pequeña dosis de ese perfume, que, enfrascado en una botella, esperaría el momento de embriagar a la población con su aroma de esperanza: tendríamos que esperar a 1975 para poder vivir el comienzo de la democracia.    

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